LAS MUJERES CIENTIFICAS
En plena pandemia, un equipo de científicas de la UNSAM lideradas por Juliana Cassataro soñó un proyecto con perfil bajo pero mucha ambición: desarrollar una vacuna contra COVID-19. Lo dejaron todo. Se refugiaron en sus experimentos, diseñaron nuevas tecnologías y llamaron la atención de ministerios y laboratorios privados. Hoy están comenzando las pruebas en humanos. Es la primera vez que una vacuna preventiva hecha en Argentina y por una universidad pública llega tan lejos. ¿Cómo lo lograron?


No siento que haya logrado algo. Más bien tengo proyectos en los que voy cumpliendo pasos. Logro va a ser cuando tenga una vacuna aprobada.
Juliana es exigente. Con su equipo, pero sobre todo con ella misma. Habla rápido y a veces se pisa las frases como quien está apurada por volver a lo que más le apasiona: la inmunología. En pandemia, además, aprendió a desafiar al tiempo.
Cuando se presentaron a la primera convocatoria del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MINCYT) para financiar proyectos COVID, no se animaron a decir que querían desarrollar una vacuna.
Era marzo del 2020, y el ministerio había llamado a un grupo de científicxs de diversas áreas para ver qué se podía hacer para enfrentar a ese virus desconocido y voraz. Entre ellxs estaba Juliana Cassataro, doctora en Ciencias Biológicas e investigadora del CONICET en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
—Somos inmunólogas, pero nos ponemos a disposición de lo que se necesite —dijo.
Presentaron un proyecto y lo titularon con timidez: “Desarrollo de herramientas que contribuyan a la prevención de la infección por el SARS-CoV-2”.
Recibieron 6 millones de pesos y se pusieron a trabajar.
—No siento que haya logrado algo. Más bien tengo proyectos en los que voy cumpliendo pasos. Logro va a ser cuando tenga una vacuna aprobada.
Juliana es exigente. Con su equipo, pero sobre todo con ella misma. Habla rápido y a veces se pisa las frases como quien está apurada por volver a lo que más le apasiona: la inmunología. En pandemia, además, aprendió a desafiar al tiempo.
Cuando se presentaron a la primera convocatoria del Ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación (MINCYT) para financiar proyectos COVID, no se animaron a decir que querían desarrollar una vacuna.
Era marzo del 2020, y el ministerio había llamado a un grupo de científicxs de diversas áreas para ver qué se podía hacer para enfrentar a ese virus desconocido y voraz. Entre ellxs estaba Juliana Cassataro, doctora en Ciencias Biológicas e investigadora del CONICET en la Universidad Nacional de San Martín (UNSAM).
—Somos inmunólogas, pero nos ponemos a disposición de lo que se necesite —dijo.
Presentaron un proyecto y lo titularon con timidez: “Desarrollo de herramientas que contribuyan a la prevención de la infección por el SARS-CoV-2”.
Recibieron 6 millones de pesos y se pusieron a trabajar. Después de varios meses de jornadas intensas, lograron resultados promisorios en ratones. Envalentonadas, comenzaron a buscar una empresa nacional que quisiera ponerse a disposición, como ellas, y financiar las pruebas en personas. A fines del 2020 el Laboratorio Pablo Cassará les dijo que sí: invertiría a riesgo en una vacuna producida en una universidad pública.
Juliana Cassataro habla rápido, como quien se apura para volver a lo que la apasiona: la ciencia. En pandemia aprendió a desafiar el tiempo.
Durante 2021, lxs investigadorxs de ambos equipos trabajaron juntos para convertir los ensayos de laboratorio en un prototipo escalable. El 30 de marzo de 2022 dieron la noticia a todo el país: la ANMAT autorizó las pruebas clínicas de la vacuna made in UNSAM.
Por primera vez una vacuna preventiva diseñada en una universidad argentina alcanzó la famosa Fase I. Solo tres países de la región habían llegado tan lejos: Cuba, Brasil y México.
Cassataro confía en el trabajo de su equipo pero no deja de ser cautelosa.
El campus de la UNSAM está en el partido bonaerense de General San Martín, conocido como “la capital de la industria”. El predio universitario le hace honor a ese mote. Su edificio más característico es el Tornavías, un enorme galpón circular que a principios del siglo XX se usaba para reparar locomotoras y hoy está repleto de aulas. También hay edificios que parecen remitir más hacia el futuro, como el Instituto de Investigaciones Biotecnológicas (IIB), un bloque de cemento rectangular, de un gris sobrio, impecable. Ahí, en el Laboratorio de Inmunología que dirige Juliana Cassataro, nació la vacuna, bautizada como ARVAC Cecilia Grierson en honor a la primera médica argentina.
Llega a la entrevista acompañada por sus colegas Karina Pasquevich y Lorena Coria. Ellas son algo así como sus manos derecha e izquierda en este proyecto. O como las llama afectuosamente, “las jefecitas, las que están en todo”.
“En lo que es el desarrollo, Lorena se encargó de la respuesta inmune celular y Karina de la parte bioquímica. Además está Diego Álvarez, virólogo, que se ocupó de los ensayos neutralizantes. A su vez, los cuatro interactuamos todo el tiempo con los investigadores de Cassará”, cuenta la jefa de jefas.
Las vacunas se componen de un antígeno (sustancia que produce una respuesta inmune) y un adyuvante (compuesto que potencia esa respuesta). Cassataro se especializó en la parte de adyuvantes, sobre todo para vacunas contra enfermedades infecciosas. “Si comparamos nuestra vacuna con la de las grandes potencias, fuimos lento. Pero era imposible llegar al mismo tiempo cuando ellos vienen trabajando desde hace décadas y sus plataformas ya fueron probadas en humanos. Si pensamos que las vacunas en general llevan unos 15 años de desarrollo, ¡lo estamos haciendo rapidísimo!”, cuenta Cassataro.